lunes, 5 de septiembre de 2011

Venus va de shopping


Cuando terminó la de Hugh Grant ella lo abrazó se recostó en su hombro. Tenía esos ojos soñadores de la Cenicienta cuando describía la noche del baile en palacio, y esa sonrisa entre suspiros que ponemos las mujeres cuando el romanticismo nos invade desde la pantalla.

Durante un rato recordaron por vigésima vez el día que se conocieron, aquel cumpleaños en la quinta de un amigo de la facultad. Las charlas, las risas, esos momentos que tratamos de rescatar cada vez que podemos.

- Y decime, ¿qué fue lo que te gustó de mí? Porque si mal no recuerdooooo, había varias revoloteando a tu alrededor. Esa Vanesa que no te dejaba de mirar ¡tan tarada! Y Paula, que casi se te tira encima cuando te vio llegar. Para no seguir…. Dale, dale, ¿qué fue lo que te gustó de mí? Porque yo no era tan tarada como esas dos, que lo único que hacían era dar grititos y saltar todo el tiempo. Además no podían decir dos frases coherentes juntas y no sab…

- El culo y los ojos, dijo él.

- ¿Cómo el culo? Me estás jodiendo. ¿Me vas a decir que en medio de ese séquito de cotorras que hablaban estupideces, llegué yo que tengo un poco más de cerebro y no influyó para nada? ¿Me vas a decir que lo mejor que viste en mí fue…

- El culo y los ojos, repitió él.

El portazo fue terrible, y él se quedó toda la tarde solo y feliz disfrutando del control remoto, del partido del Arsenal contra el Tottenham de abril del ‘83 y de la historia de las trompadas de los welter juniors de los últimos años.


Por mucho que nos ofenda, es lo que ellos buscan: lo llevan en la sangre y es una cuestión de supervivencia. Y esto no es nada nuevo ya que para muestra, ¿qué mejor que comprobarlo mirando las redondeces de las Venus paleolíticas? Señoras pura panza, lolas, cola, caderas, una exaltación a la fertilidad, ya que si no procreaban, se les extinguía la especie. A muchas de estas minas ni siquiera les hacían brazos o piernas, ¿Para qué?

No creo que esos salvajes se preocuparan por tener una sexualidad generosa, compartida, ni que se tomaran el tiempo para el disfrute de su mujer. Palo y a la bolsa, y a seguir de cacería. Las primeras Venus ni siquiera tenían cara. Ni boca, así no hablaban.

En la mentalidad primitiva de aquellos semi humanos, las minas estaban para procrear y cuidar los hijos. Ellos mientras tanto salían de cacería para llevar el sustento a la cueva. Y estaba bien. Esta sería la explicación científica o la justificación de porqué los hombres son en general unos trogloditas sin descanso.

Pero ya que nos agarramos de la historia, vamos a valernos de ella para justificar ciertas conductas de nosotras las mujeres. Cuando ellos se iban de cacería con la lanza o el arpón en busca de algún yak, mamut o fiera prehistórica, ellas se quedaban en la cueva con los críos. Y ella recolectaba frutos y semillas para el sustento diario mientras esperaban el regreso del hombre. En otras palabras, eso de que la mujer saliera de la cueva con la canastita de piel de oso a juntar bayas, ¿no es lo mismo que ir al shopping? No es entonces que nosotras estamos haciendo pelota la tarjeta comprando cosas superficiales, no señor. Estamos respetando nuestros instintos mas primitivos, sencillamente, ¡estamos recolectando!

Así que por favor no jodan con eso de los gastos, el resumen de la tarjeta y la declaración jurada. Cada uno obedece el llamado de la sangre y la naturaleza; contra esta fuerza no hay nada que hacer. Que ellos miren nomás nuestras redondeces, pero que no protesten cuando llega el resumen del banco. Porque es nuestro grito interno el que nos llama a salir a recolectar para asegurarnos la continuidad de la especie. Y si es un Miércoles Super Mujer, ¡tanto mejor!


p.d. si quieren mandar comentarios firmen al pie, si son valientes, pero para enviar seleccionen la opción Anònimo que llega seguro. De otro modo, se pierde para siempre en el ciberespacio, a menos que seas experto como Assange.

domingo, 19 de junio de 2011

Debut ¿y despedida?




El matrimonio de Clara nació con un enamoramiento psicológico más que fisiológico. Si bien él era muy atractivo, a ella lo que más le seducía de su marido eran su inteligencia, su creatividad y su genio. Así fue que llevaron adelante una relación de amor pero sin una gran pasión de los cuerpos, aunque sí de las almas, si es que esto fuera posible.

El paso de los años y otros ingredientes terminaron con esa relación de la que ella nunca había hablado en forma apasionada. Tal vez por su educación tan austera en esa familia numerosa donde no se permitía o no se usaba demostrar abiertamente las emociones, tal vez porque ella tenía algunos complejos que le impedían disfrutar abiertamente de su cuerpo. Clara tuvo toda su vida un rollo con su altura y con su estampa, como un pudor gigante que la inhibía de considerar eróticamente a su anatomía.

Por esas cosas de la vida, reencontró en su nueva vida de divorciada a un antiguo colega del trabajo. Otro genial ocurrente, lector de todo, hasta del prospecto de los remedios. Y nuevamente ella se enamoró de una mente, olvidando por segunda vez eso de que “de carne somos”.

El la invitó a su casa en La Paloma a fines de marzo, donde tendrían todo el horizonte y todo el mar a su disposición. Y también mucho tiempo para conversar largamente disfrutando de sus códigos mutuos. Preparó su valija con camisolas hindúes que taparían pudorosamente sus caderas y también sus rodillas, para poder circular por la casa y por la arena sin vergüenzas. Pero no supo qué tipo de atuendo elegir para taparse del fantasma y del monstruo; del fantasma de su cuerpo, del monstruo del sexo, de las horribles bestias de la intimidad con un hombre. A su edad…

Llegaron a la casa que ella había visto varias veces por Internet y era realmente más fascinante que en las fotos, porque se agregaba el resplandor de las paredes blancas con el brillo del sol, el ruido de las olas, el olor de la sal. Pasaron el día divertidos caminando en la arena y charlando bajo la sombrilla de paja del deck, hasta que se puso el sol y se fueron adentro a preparar unos tragos.

Ella empezó a sentir nuevamente ese miedo infantil a los espíritus malignos, pero él era un hombre sabio, sabio de anécdotas, de literatura, de biología, de política, de mecánica… y también de detalles. En el living la luz llegaba suave y tamizada desde las lámparas anaranjadas de papel y organza. Como fondo, una bossa de Rita Lee y un tequila generoso para cada uno.

- ¿Vamos para arriba?

Ella empinó el vaso sin respirar, uno, dos, tres, cuatro tragos de esa bebida ardiente para conseguir tomar, junto con el alcohol, un poco de coraje.

Vamos – respondió ella – alineando disimuladamente los botones de su camisola larga que le tapaba las rodillas.



Último momento: ella estaba muerta de miedo y vergüenza. Nunca se detuvo a pensar que él también podría sentirse por lo menos, ansioso. El era un hombre con experiencia pero también tenía sus años, y no tenía pudor por sus arrugas o su figura poco atlética, pero sí temía no gustarle y no poder responderle con su masculinidad. Ella nunca cuenta lo que pasó aquella tarde, sólo dice que él vive por allá y ella vive por acá, pero sin aclarar si fue porque esa semana de marzo fue muy mala, o tan buena que no lo pudieron soportar.


Tiempos nuevos, parejas nuevas, cuerpos nuevos. Como a Clara, a muchos debe resultarle difícil superar los pudores de esa primera vez. ¿Y a vos?


P.D. si quieren responder, por favor firmen con su nombre o seudónimo, pero envíen el mensaje firmado como “Anónimo”, que llega seguro. De otro modo a veces el mensaje se lo traga el maligno enano de la computadora. Saludos.

sábado, 14 de mayo de 2011

La verdad de la milanesa


- Hola querida
- Hola ¿Qué pasa? ¿Hoy salís tarde del trabajo?
- Es que me voy a quedar con los muchachos a ver el partido.
- A ver, esperá un momento
(Voz en off de “querida” gritando): “Juani ¡dejá de mojar el pan en la salsa que es para la cena!”
- Mmm, ¿hiciste salsa casera?
- Sí, pero anda tranquiiii
- Mejor veo el partido en casa, estoy un poco cansado
(Voz en off de “querida” con tono apurado): “Juani, andá rápido a la esquina a comprar una salsa Acme estilo casero”
- Sí mami

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Palabras más, palabras menos, este es el diálogo de una propaganda de salsa que se escucha estos días por la radio. Un asco, no por el producto porque no lo probé, sino por la idea. ¡Fea la actitud! Y en lugar de incitarme a comprarla, esa marca mentirosa sólo me genera rechazo. Por trucha.

Trucha la agencia de publicidad que propuso la idea. Trucha la esposa que hace caer al tierno marido con el cuento de la salsita casera. Truchísima la madre cuando lo manda al Juani a la esquina para hacerle pasar gato por liebre a su propio padre. Y horrible, ya que estamos, el ejemplo que le da al hijo: mamá se vale de una carnada inventada sólo para joderle la noche a papá y que no pueda ver el partido con los amigos. Espantoso es también que lo haga cómplice de la maniobra. ¡Y flor de pollerudo el Juani ese, que en lugar de defender a viejo sale corriendo al almacén!

Mad Men, esa gran serie de moda que describe el mundo de la publicidad en el New York de los ’60 nos muestra lo bien que cuidan al cliente y cómo se preocupan de que el consumidor reciba una idea clara y que respete valores éticos. Una buena empresa ofrece productos también buenos. En Argentina lo vemos cuando una marca tradicional como La Serenísima elige a Pancho Ibáñez, María Laura Santillán o Mónica y César como la cara de sus productos. Todos tienen chapa de buena gente, tan buenos como lo que intentan vender. ¿Quién pondría como protagonista de su producto a personajes como la Hiena Barrios? ¿Una marca de bizcochuelo instantáneo con el slogan "La Hiena te hace torta"? Difícil. Y con esta salsa Acme ¡nada bueno puede venir de algo tan retorcido! Y si lo fuera, no se lo merece.

¿Cuánto hay de malo en mentir? Es cuestión de criterio. Si la mujer se lo quiere enganchar al posible novio/marido halagándole el estómago, vale. Ella puede mentir y comentar que se pasó horas en la cocina picando la cebolla y el tomate para él. Pero es un arma de seducción que sólo se utiliza entre ellos dos.

Todos mentimos alguna vez. Lo hicimos con el corpiño con push up y relleno que todas usamos alguna vez: parece que hay, pero no. Lo hacen los señores maduros cuando se clavan un Viagra para recuperar por unas horas la turgencia de sus épocas pasadas. Mienten muchos en el chat cuando se describen como el hermano gemelo de Brad Pitt o la fotocopia de Angelina, cuando en realidad sólo tienen de parecido el negro de las pupilas. A la hora de la seducción todo vale, desde una goma espuma alambrada en la ropa interior hasta una comida "casera" comprada en la rotisería. Pero sólo son eso: armas de seducción que deberían quedan entre los dos “con-trincantes”. Stop.

Distinto es cuando la truchada se hace vox populi en el seno de la mesa familiar. Con los chicos no jodamos: en un segundo se derrumba con el (mal) ejemplo varios años de machacar con eso de no mentir. Y lo más peligroso de todo es el mensaje:

- mi mamá le miente a mi papá
- mi mamá me hace cómplice de su engaño
- las mujeres no son tan confiables
- por las dudas siempre hay que andar con cuidado con ellas

Después no se quejen de que no hay hombres. Si nos encargamos de mostrarles nuestros lados más oscuros, nosotras solas nos estamos cavando la fosa. Compremos la salsa, dejemos el envase bien a la vista y banquémonos la cara de desaprobación con valentía. Tal vez 1) la salsa sea realmente buena y zafemos 2) daremos un paso importante para demostrar que lo que se escribe con la mano… no se borra con el cucharón de la cocina.


p.d. si quieren publicar algún comentario firmen después del mismo, pero seleccionen la opción "enviar como Anónimo" para que se envíe sin problemas. ¡Gracias!

viernes, 18 de marzo de 2011

¿Qué es exo?



Soy adicta a la radio, seguramente porque desde chica siempre estaba encendida en mi casa. Había una en la cocina y otra en el living encima de la estufa, que más la usábamos como estante que como calefactor. En los ’70 estaban de moda los helechos como planta de interior y también la gansada esa de que había que hablarles para que estuvieran lindos. Mi mamá no tenía tiempo para chamuyarse al helecho porque se tenía que ir a trabajar al banco, pero como siempre fue muy práctica le dejaba la radio encendida para que creciera contento. No creo que el helecho fuera tan inteligente como para diferenciar la voz en vivo y en directo de mi mamá de la de la locutora de turno que llegaba a través “del éter”. Así era entonces que la radio funcionaba todo el día en mi casa, aún cuando no hubiera humanos a la vista. Y fueron Betty Elizalde y Nucha Amengual las encargadas de poner turgente al vegetal con el terciopelo de sus palabras ratoneras. ¿Qué tal, mi pretendiente?, le preguntaban al susodicho. Como para no ponerse tieso…

Pero lo de tieso engancha al pelo con mi cuestión de hoy. Dada mi afición a la radio, hoy también está prendida en el auto, y muchas veces cuando llevo o traigo los chicos de algún lado, suelen escuchar algún programa conmigo. Si la audición que elegí habla sobre el arte del medioevo, dura tres segundos ya que ellos mismos manotean las perillas y ponen cualquier otra cosa. Pero si está sintonizada en Metro o la Rock’n Pop la dejo, porque suelen engancharse con los locutores, la música o lo que venga.

Los problemas empiezan cuando en el programa de Andy está el sexólogo doctor K respondiendo las consultas de los oyentes. Y así es como mis hijos y yo, de vuelta del colegio, nos enteramos de que UNA oyente tiene una NOVIA pero además disfruta del cibersexo con otras mujeres, y quiere saber si eso está bien o no. El doctor K es muy criterioso, y le pregunta a la enviciada si además de estar colgada con las hormonas tiene una vida, ya sea una facultad, un trabajo, actividad social, etc.

Ese día en especial me pasó que dejé escuchar por la mitad de la consulta y empecé a sentirme incómoda, mientra la oyente describía con lujo de detalles las intimidades y prácticas sexuales que tiene con su pareja mujer. Y mientras lo contaba trataba de imaginar qué le pasaría a mi hijo que estaba sentado en el asiento de al lado. ¿Qué pensará? ¿Estará escuchando? ¿Le gustará oír esto? ¿Lo calentará? ¿O definitivamente estará en otra mirando por la ventanilla? ¿Tendré que cambiar de dial o quedará muy evidente que lo hice porque estaban hablando de un tema escabroso? Lo único que tengo claro es que no me molesta que escuchen hablar de esos temas; el problema es que no me banco del todo que lo hagan cuando están conmigo porque me empieza a dar cosita.

Algo parecido me pasó un sábado estábamos mirando una película de unos surfistas lindos y lindas estilo Baywatch que intentaban recuperar un tesoro de un galeón hundido. Y entre búsqueda y búsqueda se metían entre las palmeras y daban vía libre a las lujurias del verano, los lomos increíbles de ellas y ellos y esas cosas. Y otra vez me dio esa mezcla de turbación y vergüenza de tener que poner cara de póker mientras miraba soft porno con mis hijos un mediodía en el sillón del living.

Gran dicotomía, entre parecer del cenozoico, ser una madre moderna, hacer lo que hay que hacer y no provocar a Freud y a sus principios. No es normal ver escenas de sexo por la tele con los hijos y tampoco es normal que las pasen a las doce del mediodía por un canal de cable de los comunes, ni Venus, ni Playboy. Tampoco es normal que una trastornada cuente por la radio sus intimidades sexuales abiertamente a medio Buenos Aires. Y no es que quiera censurar, no es ese el tema. Lo que me preocupa es que no sé qué actitud tomar cuando estoy con mis hijos porque me siento incómoda, y hago como que no pasa nada. Desde afuera todo controlado, todo civilizado, todo joya, man. Pero por adentro quisiera con toda la fuerza que venga la propaganda…

Nota: a los amigos que quieren dejar un comentario y no les sale o les desaparece el texto, seleccionen la opción "Anònimo" , pero antes de hacer enter firmen, no sean cobardes ni se escondan en el anonimato. ¡Suerte esta vez!

lunes, 31 de enero de 2011

La otra media


Empecemos por aquí: no me gusta el verano. Nunca me gustó, y no lo digo ahora que nos estamos derritiendo con estos días insoportables, también lo puedo repetir en pleno julio con dos bajo cero. Con el frío me puedo abrigar o quedar adentro. Con el calor no me dan ganas de nada, y no puedo estar todo el día encerrada con el aire acondicionado o chapoteando en el agua. Es verdad que hay noches agradables en las que es lindo caminar y tomar helado, pero para tener dos o tres de esas hay veinte cuyos días las chicharras, ya desde las diez de la mañana, te auguran un suplicio para el resto de la jornada. Las chicharras y un relato de fútbol de domingo por radio son lo más parecido que conozco a un pasaje al suicidio. Pero este no era el tema: además de ser verano, me tengo que soportar a mí misma y no lo logro. Me siento como lo que llamé “la otra media”.

¿Pero qué es la otra media? Basta con recordar cualquier propaganda de jabón para lavar la ropa en la que hagan la “Prueba de la blancura”. Una vez que abren la tapa de los lavarropas y sacan las dos medias, las estiran prolijamente sobre la mesa y la que tuvo la suerte de estar tratada con el producto estrella en promoción, se verá nívea, lisita, perfecta y resplandeciente. La otra será una especie de tubo grisáceo, deforme y arrugado, increíblemente idéntico a mi estado de ánimo ¡y todo por no haber utilizado ESE jabón! Por eso no pasó la prueba de la blancura. Ni yo.

Me rechifla el verano, pero también me rechifla que algunas veces los hijos, todos los hijos, algunos hijos o tal vez sólo los míos…se vayan de vacaciones dos semanas y ni se ocupen de mandar un mísero sms que diga “Hola vieja”. Yo sé que históricamente las sensaciones se repiten y a la edad de ellos también me recontrapudría hablar con mis viejos. Pero lo hacía, cumplía con el ritual de contestar lo que me preguntaban, y entre monosílabos y gruñidos más o menos se ponían al día de cómo andaba. Ahora ni eso, y seguramente debe ser mi culpa por no haber exigido que me llamaran.

¿Pero es realmente necesario exigirles eso? ¿No debería yo haberlos criado de tal modo que se generara esa necesidad de ellos de saber sobre de mí? ¿Cómo es que no nace en ellos ese gesto amoroso - como dirían mi amiga counselor - en el que se acuerdan y se preocupan por mí? Ni siquiera pedidos habituales como “Vieja, si pasa Brenda dale el buzo de Mickey que es de una amiga de Martu” o “Vieja, llevame a arreglar las sandalias de las piedritas que se les salió una tira”. Ni siquiera.

El resto del tiempo estoy acá leyendo en stereo con mi hijo menor que no pudo ir a esta parte de las vacaciones porque tienen muuuuucho que estudiar. Y pasamos largos ratos leyendo Ricardo III en inglés antiguo y comentando entre bostezos los diversos pasajes de la tragedia. Más el calor, más la opresión rara que siento cuando sólo somos dos a la mesa, ya que los otros dos “extraños” están borrados del universo sin dar señales.

Y bueno, llamalos vos, me diría una amiga. Y si, bueno, no los llamo pero les escribo, pero si no fuera por eso no tendríamos ningún contacto. Y sigue el calor. Pero me arreglo con poco: me compré una botella de piña colada, que me encanta tomar con hielo molido, como bien saben mis amigas Las Batas. No digo que voy a vivir borracha para olvidar, ni lo sueñen. Pero si tomo un par de vasitos a la semana, ya que el brebaje tiene una apariencia medio lechosa, sin duda voy a poder superar… ¡la prueba de la blancura!

Ultimo momento: después de haber mandado un mail enojado a los chicos reclamando atención, me llegó éste:

Beatriz por si no te diste cuenta te mande 3 mails para contarte como estabamos, dos cuando estuvimos en XXXX y otro cuando llegamos a XXX…. De los cuales no me contestaste ninguno. Asi que en vez de decir huevadas porque no te fijas mejor en tu mail. Saludos enojados
Enviado desde mi BlackBerry® de Claro Argentina


Me llaman “Beatriz” para darme rabia. Odio llamarme Gabriela Beatriz, y ellos lo saben. Como sea, ahora me siento feliz, y hasta creo que hay un vientito re lindo que me refresca la casa, el cuerpo ¡el corazón! Cómo los quiero a estos tarados…


lunes, 16 de agosto de 2010

¿Te hago té?




La situación no era de las mejores: estaba en medio de una bronquitis (nunca había tenido una y es bastante molesta). Tenía tos y la garganta cerrada y rasposa. Además me dolía la espalda y los ojos me picaban. Mi humor dejaba bastante que desear y el señor que me corteja había venido a acompañarme y pasar la tarde. Pusimos una película de esas románticas que a mí me gustan, fáciles y amables de ver ya que todo es lindo y transcurre aceitadito y sin problemas. Admito que tuvimos que parar la peli tres o cuatro veces para que yo tosiera, me quejara, protestara, etc. pero cuando terminó ya me sentía mejor y con el alma contenta porque la chica se quedaba con el muchacho. Me levanté para hacer una escala técnica y pasar por la cocina, no sin antes preguntarle:

- ¿Te hago té?

El me puso una mirada comprensiva y me dijo:

- No ME AGOTASTE, estás enferma y hay que tenerte paciencia.

Me hizo reír. Nunca se me hubiera ocurrido preguntar si lo había agotado con mis toses, protestas, carrasperas y mocos. Después de todo, cuando una se enferma hay que cuidarnos y tenernos paciencia. Ahora cuando ya nos sanamos y todo vuelve a la normalidad, muchas veces seguimos siendo agotadoras, aunque esta vez sin la inmunidad de los enfermos.

Estamos curadas, pero somos agotadoras cuando…

- él está tranquilo mirando la tele o divagando, pero nos parece que tiene cara de traste. Y le empezamos a preguntar si le pasa algo, si va a estar así toda la noche, que no sabemos para qué lo esperamos todo el día para encontrarnos con esa momia. Finalmente logramos darle una razón de ser a esa cara de traste, y el flaco que hasta entonces estaba pensando en los pajaritos y divagando vaya a saber qué, ¡ahora está enojado y tiene las tarlipes llenas porque lo volvimos loco con el interrogatorio!

- nosotras estamos caracúlicas durante toda la cena. Cuando él nos pregunta algo le contestamos con monosílabos. A los quince minutos explotamos y le recordamos que estábamos peleados, porque el martes de la semana anterior él nos había contestado mal delante de su madre. No sé cómo hacen para tener esa memoria tan frágil, una pelea de hace una semana, sigue siendo motivo de hostilidad. ¡Esas cosas no se olvidan!

- él llega de trabajar y nosotras lo estamos esperando con el Noticiero Doméstico. El tiene hambre, ganas de desensillar y quedarse un rato tranquilo, cambiarse y entrar despacito en la comodidad de su casa. La Reporter de la Noche le cuenta el parte a toda velocidad: lo que pasó con los chicos en el colegio, la pelea que tuvo con la vecina, el problema con el pago de la boleta del gas y la taradez que se mandó la mucama mientras planchaba las camisas. A él le zumban los oídos y tiene ganas de meter la cabeza debajo de la almohada

- se acerca nuestro cumpleaños o el día de la madre y nos manda a los chicos para averiguar qué queremos. Nosotras empezamos con el “no sé / que sea sorpresa / lo que a ustedes les parezca / algo que les guste, etc.”. Cuando aparecen con la bolsa decimos “qué lindo”…y al día siguiente lo vamos a cambiar. Encima nos enojamos porque era un talle más grande y nos trataron de gorda.

- Salimos a comer con dos parejas amigas, todos nos reímos y charlamos amigablemente y cuando volvemos en el auto empezamos a descuartizar minuciosamente a todos. El dice que no le gusta hablar de los demás, que dejemos que cada uno sea como quiere o como puede. Nosotras le damos a la matraca de nuevo durante todo el camino de regreso, pero organizamos una cena con la misma gente para el fin de semana.

Por todas estas cosas, a veces ellos merecen que les hagamos un té. De tilo.


(Al ratito de escribir este post, me llegò un mail que tiene mucho que ver con el tema que nos ocupa. Me sirviò de ayuda para sentir que no estoy tan equivocada. Y si no vean ustdes mismos en: www.humordeprimera.com/tag/el-club-de-los-huevos-rotos/ )

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jueves, 24 de junio de 2010

Vasta de vurradas


Atilio, el marido de Ofelia, puso en su portafolio los utensilios para ir al concilio sobre familias en el exilio.

Mientras Atilio se va al concilio, vamos a mirar un rato algún programa en la tele donde enseñen a cocinar. Ahí aprenderemos cómo hacer algún rico plato fusión… y también un nuevo y pobre uso de nuestra vapuleada gramática.

Son varios los jóvenes cocineros que se valen de los “utensiyos” para preparar sus platos refinados. Hasta hace poco, los cucharones, espumaderas y sacacorchos se llamaban utensilios. Hoy han pasado a ser “utensillos”, y por ende, los nombramos a la argentina, con una sonora y reverberante Ye.

Puede ser que en un tiempo, finalmente se resuelva simplificar, y usar indistintamente la c, la s y la z. Amalgamar la v y la b, emparentar la j y la g, erradicar la h inicial. Seguramente leeremos que la casa y la pesca son actividades para jente baliente a la que le gusta acer cosas ejtrabagantes. O algo así. Pero para eso falta, ya que todavía no han dado la orden de descuartizar y archivar para siempre nuestro idioma.

Ya que estamos en el canal de recetas, les propongo un juego: traten de contar cuántas veces el cocinero usa la palabra incorporar. En el colegio nos habían enseñado que los sinónimos de agregar pueden ser sumar, mezclar, aunar; acá sólo se incorpora, no se suma ni se mezcla ni se agrega. Se incorpora y se incorpora y se incorpora. Entre tanto ejercicio de cortar la cebolla en brunoise, los tomates concassé y la salsa demi-glace, no vendrían mal unos ejercicios de expresión.

¡Vamos chicos y muchachos! El mercado esta lleno de échalotes, vieiras y cardamomo, pero el diccionario cuenta con palabras preciosas que le darán algo de riqueza a su forma de expresión.

Y no estamos pidiendo que tengan la verba de Mariano Grondona, pero tampoco la de Bernardo, el ayudante del zorro. O la de Tarzán.

Pero si perdemos la batalla, los utensilios son utensillos para siempre, y los llamaremos utensiYos. Y Atillo, el marido de Ofella, pondrá en su portafollo los utensillos para ir al concillo sobre famillas en el exillo. Y cuando leamos, sabremos que AtiYo, el marido de OfeYa, puso en su portafoYo los utensiYos para ir al conciYo sobre famiYas en el exiYo.

¿No es beYo?