sábado, 14 de mayo de 2011

La verdad de la milanesa


- Hola querida
- Hola ¿Qué pasa? ¿Hoy salís tarde del trabajo?
- Es que me voy a quedar con los muchachos a ver el partido.
- A ver, esperá un momento
(Voz en off de “querida” gritando): “Juani ¡dejá de mojar el pan en la salsa que es para la cena!”
- Mmm, ¿hiciste salsa casera?
- Sí, pero anda tranquiiii
- Mejor veo el partido en casa, estoy un poco cansado
(Voz en off de “querida” con tono apurado): “Juani, andá rápido a la esquina a comprar una salsa Acme estilo casero”
- Sí mami

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Palabras más, palabras menos, este es el diálogo de una propaganda de salsa que se escucha estos días por la radio. Un asco, no por el producto porque no lo probé, sino por la idea. ¡Fea la actitud! Y en lugar de incitarme a comprarla, esa marca mentirosa sólo me genera rechazo. Por trucha.

Trucha la agencia de publicidad que propuso la idea. Trucha la esposa que hace caer al tierno marido con el cuento de la salsita casera. Truchísima la madre cuando lo manda al Juani a la esquina para hacerle pasar gato por liebre a su propio padre. Y horrible, ya que estamos, el ejemplo que le da al hijo: mamá se vale de una carnada inventada sólo para joderle la noche a papá y que no pueda ver el partido con los amigos. Espantoso es también que lo haga cómplice de la maniobra. ¡Y flor de pollerudo el Juani ese, que en lugar de defender a viejo sale corriendo al almacén!

Mad Men, esa gran serie de moda que describe el mundo de la publicidad en el New York de los ’60 nos muestra lo bien que cuidan al cliente y cómo se preocupan de que el consumidor reciba una idea clara y que respete valores éticos. Una buena empresa ofrece productos también buenos. En Argentina lo vemos cuando una marca tradicional como La Serenísima elige a Pancho Ibáñez, María Laura Santillán o Mónica y César como la cara de sus productos. Todos tienen chapa de buena gente, tan buenos como lo que intentan vender. ¿Quién pondría como protagonista de su producto a personajes como la Hiena Barrios? ¿Una marca de bizcochuelo instantáneo con el slogan "La Hiena te hace torta"? Difícil. Y con esta salsa Acme ¡nada bueno puede venir de algo tan retorcido! Y si lo fuera, no se lo merece.

¿Cuánto hay de malo en mentir? Es cuestión de criterio. Si la mujer se lo quiere enganchar al posible novio/marido halagándole el estómago, vale. Ella puede mentir y comentar que se pasó horas en la cocina picando la cebolla y el tomate para él. Pero es un arma de seducción que sólo se utiliza entre ellos dos.

Todos mentimos alguna vez. Lo hicimos con el corpiño con push up y relleno que todas usamos alguna vez: parece que hay, pero no. Lo hacen los señores maduros cuando se clavan un Viagra para recuperar por unas horas la turgencia de sus épocas pasadas. Mienten muchos en el chat cuando se describen como el hermano gemelo de Brad Pitt o la fotocopia de Angelina, cuando en realidad sólo tienen de parecido el negro de las pupilas. A la hora de la seducción todo vale, desde una goma espuma alambrada en la ropa interior hasta una comida "casera" comprada en la rotisería. Pero sólo son eso: armas de seducción que deberían quedan entre los dos “con-trincantes”. Stop.

Distinto es cuando la truchada se hace vox populi en el seno de la mesa familiar. Con los chicos no jodamos: en un segundo se derrumba con el (mal) ejemplo varios años de machacar con eso de no mentir. Y lo más peligroso de todo es el mensaje:

- mi mamá le miente a mi papá
- mi mamá me hace cómplice de su engaño
- las mujeres no son tan confiables
- por las dudas siempre hay que andar con cuidado con ellas

Después no se quejen de que no hay hombres. Si nos encargamos de mostrarles nuestros lados más oscuros, nosotras solas nos estamos cavando la fosa. Compremos la salsa, dejemos el envase bien a la vista y banquémonos la cara de desaprobación con valentía. Tal vez 1) la salsa sea realmente buena y zafemos 2) daremos un paso importante para demostrar que lo que se escribe con la mano… no se borra con el cucharón de la cocina.


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