viernes, 12 de marzo de 2010

Derecho a roce



Hoy los noticieros nos cuentan sobre ese proyecto de ley para que existan vagones de subte exclusivos para mujeres y niños, con la idea de evitar lo que llamaron “situaciones de roce”. Si algo tienen de bueno estos tiempos es que ahora se habla de todo: los roces existieron desde siempre, sólo que nadie se atrevía a tratar el tema en un medio de comunicación. Hasta ahora.


Ya durante nuestra adolescencia, cuando íbamos al colegio en el bondi, empezamos a padecer nuestros primeros roces. Si nos tocaba el asiento del lado del pasillo, no era infrecuente sentir unos jeans masculinos demasiado apretados contra nuestro hombro. Lo raro era que el colectivo no iba tan lleno y apiñado como para justificar tanta confraternidad.


La juventud tiene también su cuota de inocencia o incertidumbre, y cuando te pasaba sabías que la situación no era normal, pero dudabas de que fuera realmente lo que te parecía. Sin embargo, no te animabas a reaccionar, y mientras tanto por adentro la vocecita te taladraba como el pájaro carpintero que le gusta mencionar a Cristina. ¿Por qué se apoya tanto en mi hombro este tipo? ¿Por qué me frota? ¿Por qué está duro? ¿Me parece a mí o está demasiado cerca? Y cuando concluíamos que en efecto, era un degenerado que nos estaba acosando, ¿cómo vencer la enorme vergüenza como para decirle algo? Para peor, estos muchachos son insistentes, y a esa altura acalorada del partido, si te movías en el asiento se retiraba hacia atrás, pero en el primer sacudón del colectivo aprovechaban y volvían con la matraca. Por suerte los viajes al colegio son cortos, y enseguida nos llegaba el momento de bajarnos y hacer un frotis interruptus. Cuando sos más grande ya te animás a ir más allá, y hasta le podés decir algo como para que la corte con los meneos, o pararte o incluso darle un buen sopapo y gritarle ¡baboso!


Otro individuo deplorable de la fauna del transporte público es el toquetón, que aprovecha la muchedumbre para palpar la mercadería sin permiso ni tapujos. Son odiosos, y no se puede creer que un tipo pueda ser tan atrevido. Por suerte, esta pesadilla parece haber llegado a su fin con los nuevos "vagones preservativos".



Pero el problema acá son los silogismos, y siguiendo la idea de que
a. todos los hombres son mortales
b. Sócrates es un hombre
c. Sócrates es mortal.

podrìamos deducir que:


a. En el vagón para mujeres y niños se eliminan las situaciones de roce
b. En el vagón común existen las situaciones de roce
c. Las mujeres que vayan al vagón común tendrán situaciones de roce

Por todo esto, cualquiera puede argumentar que si una señorita viaja en el vagón común, es porque quiere que le toquen el traste ya que de otro modo, ¡elegiría viajar en el vagón especial!

Estamos ante un problema, y todo por querer regular hasta el aire que se respira. Más adelante debería haber vagones para los que no quieren respirar malos olores ajenos. También para los que no quieren que les estornuden gérmenes extraños encima, y otros a prueba de vendedores ambulantes o pasajeros que te miran feo y te dan miedo. Así tendremos subtes larguísimos, pero sin duda estaremos a salvo de todo tipo de amenazas.